Desde los albores de la humanidad, existe la necesidad en el hombre de explicar el mundo. El continuo avance de la ciencia resulta en ideas cada vez más nuevas sobre el principio del Universo y la realidad, así como de la posición del ser humano en el cosmos. Aparentemente, la ciencia ha venido a desmoronar todo el sistema de creencias construido por las religiones, ya que las explicaciones que estas ofrecen no se basan en la experimentación y en la razón. Por lo tanto, cuando se trata de llegar a acuerdos sobre temas controversiales, como el aborto o la eutanasia, las opiniones de los científicos y religiosos difieren, y muy a menudo se oponen. Sin embargo, también existen paralelismos claros y contundentes entre los postulados de algunas ciencias modernas, como la física cuántica y la neurociencia, con las antiguas religiones de Oriente. Es así como lo nuevo no ha venido a romper con lo viejo, sino a rectificarlo. De continuar esta tendencia y desarrollarla al máximo, la ciencia puede beneficiarse de dichas tradiciones debido a que las puede utilizar como herramientas o inspiraciones para resolver los problemas, mientras que estas religiones obtendrán una validez de sus prácticas en la civilización moderna. Para comenzar, una reflexión de Julius Robert Oppenheimer ilustra de manera efectiva lo dicho anteriormente: Las ideas generales sobre el entendimiento humano… ilustradas por los descubrimientos ocurridos en la física atómica, no constituyen cosas del todo desconocidas…Incluso en nuestra propia cultura tienen su historia y en el pensamiento budista e hindú ocupan un lugar muy importante y central. Lo que hallaremos es un ejemplo, un desarrollo y un refinamiento de la sabiduría antigua. (Capra, 2003).
Los puntos en común que poseen la física cuántica y el misticismo oriental son las explicaciones que ofrecen sobre la realidad y el papel que el ser humano posee en ésta. También, la